sábado, 8 de mayo de 2010

Príncipe


Una vez se enamoró de mí un príncipe. “No puede ser”, respondería la gente que me conoce, “¿cómo se va a fijar un príncipe en ti?”. Y el hecho es que así fue. No recuerdo bien su nombre, porque todos, incluida yo, lo llamábamos Príncipe, pero puedo decir que esto que cuento es tan cierto como que existen el sol y la luna.

Príncipe era alto, rubio, de ojos claros y pelo ensortijado. Siempre sonreía, era divertido, caballeroso, atento. Tenía algunas rarezas, pero es lógico, todos las tenemos y los príncipes todavía más. Pero eran cosas sin importancia. Solía tomarme el pulso después de besarme, por ejemplo. Así comprobaba mi excitación. Esa manía me ponía nerviosa, y todavía se me disparaban más las pulsaciones, lo que aumentaba su regocijo.

Príncipe era un chico noble y bueno, aunque cultivaba unas amistades que lo llevaban a implicarse en travesuras y pequeños delitos de poca monta. Él me lo contaba divertido y en el brillo de sus ojos podía constatar el gran concepto de la amistad que tenía: hubiera dado la vida por un amigo. Recuerdo una anécdota. Estaba él con dos caballeros sentado en un portal de la calle bebiendo de una botella, cuando uno de sus amigos pensó que estarían mucho más cómodos en el sofá reluciente de tres plazas dispuesto en el escaparate de la tienda de enfrente. Príncipe no recordaba bien cómo había ocurrido todo, porque la botella que compartían era ya la tercera o la cuarta de la noche, pero, me explicó, el caso es que sus amigos rompieron el cristal de la puerta del establecimiento, entraron a por el sofá y, entre los tres, transportaron el mueble hasta el parque más cercano, donde terminaron de beberse, mucho más cómodos, lo que quedaba del licor. Príncipe no se explicaba cómo ninguna persona de las que se cruzaron por la calle sospechó que aquellas horas de la noche no eran propias para hacer un traslado. Le dije que quizás nadie quiso meterse en un lío y él estuvo de acuerdo conmigo. Me dijo que era muy comprensiva, que le encantaba eso de mí, mirándome con sus ojos dulces y enrojecidos por la falta de sueño producto de las múltiples pastillitas que tomaba a lo largo de la noche, me besó y, a continuación, procedió al ritual de la toma de pulsaciones.

Aquel concepto de la amistad fue, de hecho, lo que llevó a Príncipe a fijarse en mí. Yo era la mejor amiga de una princesa, de la que él se enamoró. Ella estaba comprometida con un caballero muy serio, íntimo amigo de Príncipe, así que él, a pesar de tener todas las de ganar, pues era mucho más atractivo que el circunspecto caballero, renunció a ella.

Para calmar su rabia y aplacar su dolor (porque los príncipes también mueren de desamor), Príncipe hizo un Sistema Solar a escala. Él era la Tierra, un puntito diminuto sobre su cama. Marte se ubicaba junto a una fuente sombría situada en una plazoleta solitaria donde estuvimos más de una vez besándonos y midiendo mis pulsaciones, el Sol estaba representado por un inmenso castaño que había en un parque a las afueras y Plutón, ahora no me acuerdo bien, pero creo recordar que estaba lejos de la ciudad y que, dependiendo del lugar de la órbita en que se encontrara, podía situarse en distintas provincias.

El juego le llevó a Príncipe el tiempo suficiente como para que pasara el verano y volviéramos, a la llegada del otoño, a nuestras obligaciones. Al regreso, él se acercaba a hablar conmigo y preguntarme por la princesa; pero al saber que estaba feliz y que había trasladado la corte, su mirada azul se ensombrecía y ahogaba su tristeza en algún vino que compartía conmigo mientras me explicaba sus aventuras y tomaba, cada cierto tiempo, algunas de sus píldoras de colores.

Así, poco a poco, fue como Príncipe se enamoró de mí. Sin darse cuenta. De pronto una noche supo que tenía delante a su princesa, el objeto de su amor, y no pudo comprender cómo hasta entonces no se había dado cuenta.

Ocurrió a las tres de la madrugada de uno de los primeros días laborables del año, en pleno invierno. Por aquel entonces yo vivía en una residencia para damas y caballeros de la corte, que los días de diario cerraba sus puertas a la una de la mañana. Sin embargo, Príncipe entraba y salía cuando le venía en gana, pues sólo tenía que encaramarse a un inmenso magnolio situado junto a una zona baja de la valla, desde donde le era muy fácil acceder al edificio. Aquel día me despertó un leve toque en mi puerta. Me levanté sin reparar en que llevaba puesto uno de aquellos pijamas de algodón de cuello vuelto que madre solía regalarme por Navidad, para contrarrestar las frías noches del invierno, y abrí la puerta. Allí estaba él, con su mirada azul enrojecida por el sueño, su sonrisa sincera de dientes blancos perfectamente alineados y temblando de frío, porque llevaba una chaqueta ligera, impropia para la época, que nunca le había visto puesta (después me dijo que le había gustado mucho al verla colgada junto a la suya en el perchero de una taberna y la había intercambiado). Le pregunté qué estaba haciendo allí y me confesó que había tenido una revelación y que quería explicármelo.

Aquella noche nos besamos por primera vez y él no pudo apuntar mis pulsaciones en la libretilla que siempre llevaba, porque se la había dejado en el bolsillo de la chaqueta intercambiada. Me dio tanta ternura la melancolía con que recordaba su pequeño cuaderno que no pude resistirme a sus encantos, lo abracé y dejé que se quedara a dormir conmigo. “Sólo dormir”, le advertí. Y él, que además de ser príncipe era un caballero, me rodeó con sus brazos y así pasamos la noche los dos, calentitos y tranquilos, sin que ocurriera nada más hasta por la mañana.

Así pasamos el invierno y la primavera, dando paseos por las calles y parques de la ciudad. Yo no sabía qué noche él saltaría la valla y se presentaría en mi puerta, por eso tuve que comprarme varios pijamas para estar presentable en cualquiera de aquellas noches en las que él llegaba cansado, a veces tembloroso, en ocasiones radiante, a hacerme una visita.

Un día llegó a mis oídos que Príncipe estaba perseguido debido a un altercado en el que se había visto involucrado y en el que un caballero resultó herido de gravedad. Estuve durante tres días y tres noches esperando que apareciera para explicarme lo ocurrido. Yo misma anoté mis pulsaciones en los momentos de más nerviosismo, ilusionada con la idea de darle una sorpresa cuando volviera. Al cuarto día conocí al herido. Llevaba las mandíbulas inmovilizadas, cosidas por los dientes. Para comer le habían tenido que quitar un colmillo, por donde introducía una pajita que le servía para absorber sopas y purés, lo único con lo que podía alimentarse. Además, llevaba los dos ojos morados como berenjenas y una rabia contenida que se reflejaba en su cuello rígido y sus puños apretados. Tuve que morderme la lengua al oírlo calumniar a mi amor, farfullando (pues lógicamente no hablaba con facilidad) que había sido abatido a golpes por él, envenenado por una acumulación de pastillas antisueño. Supe que Príncipe tardaría en volver, pues toda una corte de caballeros estaba dispuesta para vengar al herido con un magnicidio.

No volví a ver a Príncipe ni he vuelto a saber de él, pero después de aquello, durante unos meses, hasta que llegó el verano, ese tiempo en el que se renuevan las ilusiones, los proyectos y los sueños y del que se vuelve siendo otra persona, todas las mañanas encontré una inmensa magnolia a los pies de mi puerta, una flor tan grande como el corazón de mi amado, quién de esa forma me recordaba que seguía pensando en mí. Ahora, después de tanto tiempo, todavía pienso en cómo le hubiera brillado la mirada azul y enrojecida por la falta de sueño si hubiera podido medir mis pulsaciones en el momento en que recogía la flor, símbolo del tiempo en el que fui princesa.

11 comentarios:

ChusdB dijo...

Oooooh! (como ves, Gloria, la vuelta de la anfitriona a la fiesta me ha dejado sin palabras!) un beso "de rítmicas y alegres pulsaciones"...

Gloria dijo...

Chus! Eres un sol como un castaño de grande! Gracias por seguir siempre ahí.

He estado muy out, mucho, pero estoy decidida a quedarme por aquí.

Un beso fuerte.

Misja Klimov dijo...

Guau, esta actualización me ha dado una sorpresa muy grata :)

Me alegro de leerte de nuevo, felicidades por este gran talento.

FrustratedYoungWriter dijo...

llegue a tu blog de casualidad y lo que lei me encanto. Ojala puedas seguir escribiendo historias tan maravillosas como estas.

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