domingo, 25 de noviembre de 2007

Cumpleaños

Pertenezco al cuarenta por ciento de la población mundial calificada como Capaces. Mi padre formó parte de ese grupo hasta sus cuarenta y siete años, cuando ingresó en el grupo de Cualificados después de media vida de trabajo. Recuerdo su cara de satisfacción el día en que recibió el comunicado, la misma expresión que cuando, años después, enfermo de Alzheimer, le llevábamos pasteles al Hospital de Incapaces Involuntarios de la Comunidad. Él sabía que jamás accedería al grupo de Maestros, pero la esperanza de que alguno de nosotros lo lograra mantuvo su ilusión hasta que dejó de pensar con coherencia, justo después de ser relegado de nuevo al grupo de Capaces, debido al rastro que dejó en la Red de Información Mundial a través de un ingenuo mensaje dirigido a su hermano, en el que expresaba sus dudas sobre el trabajo que estaba realizando el nuevo Director General de Asuntos Sociales, Omar Surdif.

Hoy es el día de mi cumpleaños. Mi madre se ha comunicado conmigo y me ha vuelto a repetir lo mismo de siempre. “Esta vez seguro que lo consigues, Europa, tú has nacido para ser una Maestra, tu padre siempre lo decía”. Mi madre mantiene aparentemente intacta la ilusión que heredó de mi padre, una esperanza que despliega en todos nuestros encuentros, en las conversaciones con los vecinos, en los mensajes a mis hermanos, algunos de los cuales ya son Cualificados y con los que mantengo un contacto cada vez más diluido en el tiempo, debido a la cantidad de actividades que realizan en su afán por conservar ese puesto. Llevo ese optimismo de mi madre colgado del cuello, lo veo en el espejo cada mañana al salir de la ducha, lo cargo como una losa que me acompaña al trabajo y, cada noche, vuelve conmigo a casa, se mete en mi cama y me recuerda que yo nací para ser una Maestra. Mi padre lo decía. Y lo que él decía era siempre lo correcto.

Camino del Edificio Azul, Octubre ha activado mi transmisor auricular para recordarme las pautas esenciales que debo seguir frente al Comité Evaluador. Me habla como experto, también como hermano, ha añadido. No ha olvidado felicitarme por mi cumpleaños, un Cualificado nunca olvida esas cosas, mucho menos si utiliza un medio de comunicación social, donde todo queda grabado y puntúa para las Evaluaciones Curriculares periódicas. De todas formas, se lo he agradecido sinceramente. Octubre y yo siempre hemos estado muy unidos, aunque ahora no sea lo mismo que antes y cuando hable con él tenga la sensación de que me mira con tristeza, como si estuviera decepcionado. Quizás lo esté, nunca he tenido el valor de preguntárselo.

Antes del proceso de evaluación me he reunido con Pulso en la zona recreativa frente al Edificio Azul. Le pedí que viniera a verme antes de enfrentarme al Comité. Me ha preguntado si estaba nerviosa. No, no lo estaba. Hace tiempo que ya no me pongo nerviosa. Creo que uno sólo se siente inquieto por dos motivos; si está frente a una novedad, que no es mi caso, o cuando sabe que puede cambiar algo por sí mismo y existe la posibilidad de fallar. A estas alturas ya he dejado de pensar que tengo el poder de hacer que mi situación evolucione. Sin embargo, a pesar de esta certidumbre, no puedo evitar que, cada año por estas fechas, esa esperanza inútil que mi padre me dejó en herencia, se levante conmigo cada mañana dispuesta a comerse el mundo. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos por acallarla, pero ella, como una niña pequeña que todavía permanece libre y alegre en el grupo de Aprendices, se me muestra exultante como un pastel recién salido del horno al que es imposible resistirse. Por eso pedí a Pulso que viniera a verme, para que su abrazo cálido y pesimista me envolviera y me hiciera poner los pies en la tierra.
Mi hermano Pulso pertenece al grupo de Incapaces. No está orgulloso de ello, pero ya no lucha por un ascenso, está convencido de que no puede hacer nada para borrar el rastro que dejó cuando, en un arrebato adolescente, formó parte de la Revolución en la Sombra, un movimiento que nació en 2175 en un intento por cambiar el Orden Establecido y que fue sofocado definitivamente a finales de los setenta. A pesar de su estatus, Pulso mantiene una dignidad que yo siempre he envidiado. “Será que no tengo nada que perder, porque ya lo he perdido todo”, me dice con una sonrisa en los labios cuando le pregunto de donde saca las fuerzas.

Pulso me ha dado un abrazo que, en mi opinión, merecería el grado de Sabio, y me ha deseado suerte. Después, he atravesado el hall del Edificio Azul y he esperado siete minutos mi turno para entrar en la sala donde me esperaba el Consejo Evaluador.

- Tienes un bonito alias, Europa –ha dicho, conciliador, el Presidente, nada más leer mi currículum.

- Gracias – he respondido. Y esta vez he evitado romper el hielo explicándole al Consejo que mi padre eligió ese alias después de completar su tesis sobre la historia de Europa, hecho decisivo para que, años después, le ascendieran al grupo de Cualificados.


Después me han hecho las mismas preguntas de siempre, han evaluado mi trabajo en el Laboratorio de Reciclaje de la Comunidad y mis participaciones en las Jornadas Voluntarias de Bienestar Social. Por último, han examinado mi rastro en la Red de Información Mundial y, como un
déjà vu, he visto un signo de preocupación en sus caras que, de forma inmediata, he asociado con Horizonte y con mi permanencia, un año más, en el grupo de los Capaces.

Conocí a Horizonte cuando todavía ambos estábamos en el grupo de Aprendices. Enseguida me atrajo por sus palabras originales, escribía cosas que yo nunca antes había leído. Los profesores valoraban mucho su participación en los foros y chats, decían que tenía gran potencial investigador; pero Horizonte no le daba mucha importancia a todo eso. Pasaron dos meses antes de que me atreviera a preguntarle si le apetecía verme. Accedió enseguida y, desde entonces, nos estuvimos encontrando varias veces por semana en los ratos libres que nos dejaban las clases y actividades. Paseábamos por las zonas recreativas cogidos de la mano, buscando algún rincón discreto donde besarnos. Era en aquellos momentos cuando Horizonte me explicaba todas las historias maravillosas que tenía en su cabeza. Yo las escuchaba con los ojos cerrados, sentía su voz susurrante acariciando mi cuello, los mundos que inventaba recorriendo mis venas, sus personajes haciéndose un hueco entre mis recuerdos.


Nunca pensé que Horizonte dijera en serio lo de dedicarse a escribir. “¿Para qué?”, le preguntaba yo, como si hubiera olvidado la emoción que sentía cuando él me transmitía todas sus ideas. La misma pregunta que le hicieron después, cuando rechazó un excelente trabajo acorde con sus cualidades que lo hubiera catapultado al grupo de los Cualificados en muy poco tiempo. “Para sentirme libre, poder vivir otras vidas, entender a otros que no son como yo. Para que los que me lean sientan también todo eso.”, respondía Horizonte en cada entrevista con el Comité.


Cuando ingresó en el grupo de Incapaces, Horizonte salió también de mi vida. Yo estaba aterrorizada por la posibilidad de que aquella circunstancia me arrastrara también a mí a ese estatus y, aunque mantuvimos el contacto durante algún tiempo, poco a poco dejé de recibir sus mensajes y yo me volqué en mi nuevo trabajo, arropada por la esperanza que mi padre había invertido en mí.


Imagino que Horizonte sigue perteneciendo al veinte por ciento de la población mundial declarada como Incapaces y que esa circunstancia ha impedido un año más que el Comité Evaluador se haya decidido a ascenderme. Aunque durante algún tiempo me invadía un sutil resentimiento hacia la relación que mantuvimos en nuestra juventud, ahora la recuerdo con ternura y a veces, a solas en mi casa, trato de reconstruir todas aquellas historias que Horizonte me regaló en los momentos apasionados en que nos besábamos por las esquinas de las zonas recreativas.


Mi madre ha vuelto a comunicarse conmigo y me ha enviado una nueva dosis de esperanza, que esta vez no ha encontrado sitio en mí y se ha desperdiciado en el aire sin afectarme lo más mínimo. Después, he decidido emplear mi día libre en darme un paseo por las profundidades del Mar de Cristal, un lugar que suele relajarme. He vuelto a casa y he encendido el Comunicador, en el que anunciaban que Omar Surdif acaba de ser descendido al grado de Cualificado. Después he visto que el Informador General en su titular del día calificaba como “imparable declive hacia el abismo” el recorrido decadente del que fuera miembro de la Comisión Gobernadora Mundial en los años en los que mi padre enfermó. Me queda el consuelo de saber que nadie está al margen de la Ley de Evaluaciones Curriculares, algo que, sin duda, hubiera dibujado en la cara de mi padre un gesto de satisfacción.

2 comentarios:

ChusdB dijo...

¡Uf, qué angustia iba sintiendo a medida que iba leyendo este cuento!
Me reconforta pensar que en el año 2175 todavía existirá el cariño y apoyo de una "madre-madre" (seres que todavía y dada su importancia e influencia aún permanecerán inclasificables por el sistema) y personas cogidas de la mano y besándose clandestinamente---

Gloria dijo...

Ojalá, chus, nunca dejen de existir las madres-madres y los besos clandestinos.

Un abrazo.