jueves, 7 de junio de 2007

El personaje

© Escher

Estuve escribiendo toda la tarde. Un relato sobre un muchacho que quiere atravesar una plaza llena de tráfico, en la que confluyen seis grandes avenidas. En el centro hay una rotonda con una fuente. En vez de caminar de semáforo en semáforo, el chico consigue llegar hasta la glorieta aprovechando un claro en la circulación. Su intención es la de volver a hacer lo mismo por el otro lado. Pero pasa el tiempo y el tráfico no cesa. Cuando el semáforo de una calle se pone en rojo, el de la otra está en verde, de forma que el muchacho no tiene oportunidad de volver a cruzar. Al principio se lo toma con filosofía, después comienza a angustiarse porque no dejan de pasar coches. Está atrapado en medio de la plaza. Ninguno de los conductores se da cuenta de que el joven está allí, que va debilitándose con el tiempo, sintiéndose cada vez más solo y agobiado. Tenía un final para mi relato: el chico se vuelve loco y termina suicidándose sin que ninguno de los automovilistas se dé cuenta de que él está allí.
Entonces, comencé a dudar. A mi relato le faltaba algo para ser realmente angustioso, tanto que cualquier lector estuviera de acuerdo en que ese era el único final posible. Decidí entrevistar a mi personaje en busca de respuestas para resolver el final del cuento. Había leído en un libro que era una buena técnica para construir historias consistentes.
- Te llamaré Pablo – le dije.
- ¡Cómo no! Tu nombre preferido – me respondió resuelto – Todos los personajes de tus cuentos se llaman Pablo.
- ¿Todos? Todos no... – dudé – aunque es verdad que Pablo es mi nombre preferido...
- Podrías elegir otro nombre para alguien a quién quieres matar.
- No es que quiera matarte, es que no hay otro final posible para ese cuento.
- Claro, porque es una copia de “No se culpe a nadie” de Julio Cortázar, en el que el protagonista acaba suicidándose por la angustia que siente al ponerse un jersey – dijo desafiante el protagonista de mi cuento.
- ¡Pero qué dices! No es una copia... Además, tú eres una creación mía, no puedes pensar, soy yo la que pienso – respondí enfadada – sólo faltaría que hasta los personajes de mis cuentos me dijeran lo que tengo que escribir o no.
- Si tú lo dices... – . Dejó así la frase, en puntos suspensivos, como una invitación para que siguiera preguntándole, haciéndose el interesante.
- ¿O es que se te ocurre un final mejor para el relato, listo? – pregunté fuera de mí.
- Pero a ver, ¿tú que quieres contar? ¿por qué me pones en medio de la maldita plaza? ¿por qué quieres volverme loco? ¿te lo has planteado? Porque yo, por mi, que aparezca una tía guapa con unas buenas tetas a rescatarme y listo.
- ¿Cómo? Me parece increible que pienses así. Yo te he creado. Tú eres un don nadie, ni siquiera tienes nombre, eres una de las mil almas de la ciudad, insignificante, perdida, un simplón, un gilipollas que tiene la brillante idea de desmarcarse del camino establecido y muere en el intento. ¡No puedes pensar en tetas ni en tías buenas, joder! – protesté, sin poder creer lo que me estaba pasando.
- Ah, sí, una víctima de la despersonalización de la ciudad, una desgracia anónima, menuda metáfora, anda que no está trillada – murmuró con pasividad.
No quise seguir discutiendo, estaba abatida, pero me rondaba una incógnita que no quise dejar de aclarar.
- ¿De verdad tu máxima aspiración es que te rescate una tía buena?
- Hombre, pues estaría bien, ¿tú crees que quiero suicidarme? Estoy en el mejor momento de mi vida. No te costaría mucho hacer que una chica guapa me invitara a subir en su coche – dijo, dueño de la situación.
- Ya veremos – contesté y dí por terminada la entrevista.
Estaba muy cansada, apagué el ordenador y me fui a dormir. Por la mañana seguí con la historia.
Al final, una chica atractiva para el coche junto a la glorieta, abre la ventanilla y le pregunta al protagonista si quiere que lo lleve a algún sitio. El muchacho no puede creer la suerte que ha tenido, después de una noche de angustia. Cuando abre la puerta para subir al vehículo, un autobús lo embiste por detrás y el chico muere.
No me quedó más remedio, el muy testarudo se negaba a suicidarse.

4 comentarios:

Silvia dijo...

Me ha encantado este cuento Gloria, he disfrutado mucho con tu discusión con el personaje, acerca tanto al lector que hasta me dieron ganas de intervenir.

Gloria dijo...

¡Muchas gracias, Silvia! Espero que sigas apareciendo por aquí de vez en cuando... Estás invitada a participar, no sólo como "comentarista", también puedes postear algún cuento cuando tú quieras, que sé que escribes muy muy bien.

Anónimo dijo...

Gloria, el cuento me recordó un libro que quiero recomendarte: se llama la caverna de las ideas de Somoza. A mí me encantó, y creo (leyendo este cuento tuyo) que también te guste (si todavía no lo habías leído).

Gloria dijo...

¡Gracias, Marek! Me apunto el título del libro que leeré seguro.

Me alegro mucho de verte por aquí ;-)