sábado, 19 de mayo de 2007

Ménage à Trois


Nunca había hablado tanto sobre el deseo como aquella noche de primavera con Clara y Andrés. Después de varios meses sin vernos, quedamos para tomar unas cervezas después del trabajo. No es fácil coincidir con Andrés, siempre está liado con miles de planes. Cuando estamos juntos su teléfono no para de sonar.

Fuimos al Ménage à Trois, un sitio que a él le encanta. Clara llegó casi a la vez que yo y nos sentamos fuera, en una de las mesitas de la puerta, adornadas con hules de girasoles. Ella enseguida empezó a contarme que estaba feliz con Jordi, con quién se había ido a vivir hacía unos meses.Después de la primera Ménage à Trois, la cerveza de la casa, cuando nos parecía que Andrés se estaba retrasando demasiado, lo vimos salir por una bocacalle con paso apresurado, con el aire despistado de siempre y su aspecto desaliñado característico. Después de besarnos y piropearnos, nuestro amigo se unió a la conversación. No sabía que Clara fuera tan en serio con Jordi. Le dio la enhorabuena y la miró tan admirado como sorprendido.

Apareció la camarera y pedimos otra Ménage à Trois. Andrés no desaprovechó la oportunidad de flirtear con la chica, le preguntó si tenían algo de comer con el mismo tono con el que podría haberle preguntado a qué hora salía, y ella le contestó con una risita nerviosa que ahora traía la carta. Clara y yo miramos a Andrés divertidas, él abrió mucho los ojos traviesos y preguntó “¿qué pasa?”, como si no fuera consciente de lo que acababa de ocurrir. Después suspiró, miró a la camarera y con gesto de resignación dijo que no podía reprimirse, que era una enfermedad, cada vez peor, que no se le pasaba con los años. Nos preguntó si no nos ocurría lo mismo. Clara y yo estuvimos de acuerdo en que nuestro caso no era tan exagerado como el suyo, y desde luego no era habitual que deseáramos a alguien sólo por su aspecto. Él nos escuchaba con interés y comentó que a él le pasaba continuamente y que no podía evitar fantasear con las chicas que le atraían. “¿Vosotras no tenéis fantasías?”, preguntó. Clara y yo nos reimos un rato, porque la naturalidad de Andrés nos divertía y él se quedó como si nada esperando nuestra respuesta. La primera en contestar fue Clara. Por supuesto que tenía fantasías, pero no a todas horas y en cualquier circunstancia. Yo estuve de acuerdo con ella y añadí que también dependía de la época y que, por ejemplo, en primavera era más habitual. Él se puso las manos en la cabeza y, asintiendo, exclamó: “la primavera es mortal para eso”.

Vino la camarera con las cervezas y un plato de embutidos. Andrés se relamió mirándola y alabó la ración como si nos hubieran puesto por delante un manjar exquisito. La chica se fue contoneándose encantada y Andrés la siguió con la vista hasta que ella entró en el bar. “Está buenísima”, comentó masticando una rodaja de salchichón. Mi amiga y yo nos echamos a reir.

Volvimos al tema de Jordi y Clara. Andrés quería saber si Clara se lo había pensado mucho antes de irse a vivir con él, si no temía perder su libertad. Ella respondió que de momento estaban muy bien y que había sido una decisión bastante espontánea, sin darle muchas vueltas. Él confesó que Violeta, su novia, le había propuesto que vivieran juntos. “Hemos decidido hacerlo dentro de un año”, comentó, aunque él realmente estaba muy a gusto como estaba, no entendía la necesidad de formalizar nada, pero ella no estaba dispuesta a seguir mucho tiempo así. Andrés estaba muy seguro de querer a Violeta, pero su independencia significaba mucho para él. A mi me parecía que podía seguir teniendo la misma libertad si vivían juntos. Él me miró pensativo y dijo “no estoy seguro, eso es lo que me gustaría, pero las relaciones se van complicando y nos volvemos posesivos queramos o no, con lo fácil que podría ser que cada uno hiciera lo que quisiera”. Yo afirmé que no se trataba de restar libertad sino de compartir. Y Andrés opinó que había cosas que no se podían compartir. Por ejemplo, él no podía hablarle a Violeta de sus deseos ni de sus fantasías, y eso que nunca había sido infiel, al menos físicamente, claro, porque mentalmente era infiel todos los días un montón de veces; sin embargo a él le encantaría poder explicarle a Violeta todas esas cosas tan importantes para él, pero ella no quería oír hablar del tema, e incluso una vez le pidió llorando que por favor no le explicara nada más, porque no podía soportar saber todo aquello.

Él se sentía culpable por desear a otras chicas y fantasear con ellas, o incluso con varias a la vez, y eso que nunca lo había hecho realidad, porque quería a Violeta y sabía que hacerlo significaría el fin de su relación con ella. Dijo que cuando pensaba que tenía que renunciar a sus deseos desde tan joven, se sentía manipulado porque no era él quién decidía, sino una serie de hábitos y costumbres, unas reglas sociales que le venían impuestas. Lo ideal, decía Andrés, es que uno pudiera acostarse con quién quisiera, con la única regla del mutuo acuerdo, claro, y disfrutarlo intensamente sin remordimientos, como se disfruta de un pastel o de un baño en la playa. Después, sería maravilloso poder llegar a casa y contárselo a tu pareja, lo que seguramente provocaría más de un encuentro apasionado si no estuviéramos dominados por los prejuicios. A Clara y a mi nos pareció una teoría llena de sensatez, porque ya estábamos acabando la tercera Ménage à Trois, y brindamos por ella dispuestas a hacer apología del amor libre a partir de ese momento.

Estuvimos de acuerdo en pedir una cuarta cerveza, pero en ese momento salió la camarera y nos dijo que ya cerraban. Entonces les propuse acabar la noche en mi casa, que está a dos calles, como habíamos hecho muchas otras veces, e incluso alguna se nos hizo tan tarde que ellos se quedaron a dormir.

Camino de mi casa Andrés nos explicó que su fantasía preferida era un ménage à trois, con dos chicas, porque aunque no tenía prejuicios, hacerlo con otro chico “no le ponía nada”. “La casita”, le llamaba, y yo no me atreví a preguntar qué era “la casita”, aunque por el gesto de sus manos dibujando un triángulo con los dedos y señalando que él sería la línea de abajo no me hizo falta más explicación. Clara se partía de risa y confesó ruborizada que a ella también le excitaba “la casita” y yo tuve que reconocer que me resultaba una idea tentadora. Estábamos llegando a mi casa, los tres cogidos de la cintura, Andrés en medio, alborotados por el tema de conversación, por la primavera, por las cervezas. Entonces él se paró de repente y declaró, muy serio, que teníamos que quedar más de vez en cuando, que no podía pasar tanto tiempo entre una vez y otra. Tan circunspecto lo dijo que a mi me dio la risa y lo abracé asegurándole que estaba de acuerdo totalmente. Clara se abrazó a nosotros y nos quedamos los tres enlazados con las cabezas unidas, como los niños cuando hacen corro para decirse un secreto. Y vi cómo Andrés besaba a Clara en los labios, mientras su mano bajaba por mi espalda. Después me besó a mí apenas rozándome y nos miramos llenos de deseo, sin atrevernos a decir nada ni a movernos, con el corazón acelerado y la respiración agitada.

Entonces sonó el móvil de Andrés, que se deshizo de nuestro abrazo con delicadeza. Mientras hablaba, Clara y yo lo observábamos sin hablar, esperando que fuese él quién rompiera aquel silencio. Era Violeta, estaba en el Mudanzas y nos invitaba a tomar una copa con ella y sus amigas. Sonreímos, nos abrazamos los tres y decidimos irnos al Mudanzas a remojar nuestra excitación en un gin tonic. Nunca más volvimos a hablar de aquella noche de primavera.

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